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¿Justicia climática?

“Henri Rakotoarisoa, defensor de los bosques de Madagascar, fue asesinado por pobladores que se benefician de la explotación ilegal de los bosques. Aunque las grandes cumbres del clima tiendan a ignorarlo, la historia se repite a sí misma: no habrá justicia climática, sin justicia social”.

Foto: National Geographic


Por: Arturo Vallejo Toledo


En Madagascar, como en muchos otros países del Sur Global, los recursos naturales son explotados vorazmente –legal o ilegalmente, poca diferencia hace– para satisfacer las hambrientas fábricas y mercados del Norte. No obstante, la disidencia local e indígena se hace también presente en estos espacios, enfrentándose al capital transnacional y a sus propios connacionales por la defensa de los ecosistemas y territorios ancestrales.


Henri Rakotoarisoa era un defensor del medio ambiente de 70 años que luchaba contra la explotación de maderas preciosas en los bosques de Madagascar. Se desempeñaba como presidente de la colectividad local Mialo y estaba enfrentado a los traficantes de madera y a los pobladores que se beneficiaban de dicho tráfico.


El 1 de junio del año en curso fue golpeado hasta la muerte por pobladores del este de Madagascar tras la agitación causada por los traficantes que cuentan con el beneplácito y la colaboración de autoridades de alto nivel. La gendarmería local tiene treinta y siete detenidos por el asesinato. La responsabilidad del trágico desenlace se encuentra, no obstante, en el sistema internacional que fuerza a localidades a ser cómplices de su propia destrucción mediante los puños de la miseria y la hambruna.


Conforme el capitalismo en su expresión neoliberal penetra en distintos territorios del planeta, los pobladores locales o indígenas se encuentran a merced de las fuerzas del mercado y sin posibilidades de competir. Lo anterior ocasiona que prácticas ancestrales de comunión con la tierra y el manejo de recursos sean catalogadas de “atraso” y “pobreza”, creando a su vez, la miseria que asesina comunidades. Con la miseria cabalga la enfermedad, la hambruna y la muerte, creando las imágenes que el mundo Occidental ha asociado con el “tercer mundo”, sin importar que se trate de territorios que hace doscientos años gozaban de abundancia y condiciones de vida dignas enmarcadas en distintas cosmovisiones.


Así, los locales que asesinaron a Henri Rakotoarisoa muy probablemente fueron orillados por el capital transnacional a incorporarse al tráfico de madera para subsistir. Por ello, las soluciones que se diseñan al seno de las Naciones Unidas y demás organismos internacionales –que implican la disminución de gases de efecto invernadero (GEI)– ignoran activamente la dimensión de clase de la crisis climática. Los sectores menos favorecidos son los que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad ante la misma mientras que son, al mismo tiempo, quienes menos han contribuido a ella.


Es importante comprender, por lo tanto, que los programas de protección al medio ambiente –como las Reservas de la Biósfera– deben incluir necesariamente una perspectiva de clase. No se puede pretender la preservación de los ecosistemas cuando en sus cercanías los pobladores viven en la miseria y son blancos fáciles de los traficantes –brazo armado del capital transnacional. En nuestro contexto actual, la justicia ambiental pasa necesariamente por la justicia social.


El asesinato de Henri Rakotoarisoa es lamentable, puesto que pone de manifiesto el enfrentamiento entre sectores que deberían estar unidos. Que su muerte no pase desapercibida y que sea una piedra más en el puente que nos lleve a la justicia climático-social.


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