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El hambre insaciable del capitalismo

“Bajo la expansión de la globalización capitalista el consumo de carne alrededor de los países ha ido en aumento. Esto ha significado la necesidad de producir más productos cárnicos a un menor costo, disparando la existencia de macro granjas, ganadería intensiva que daña al medio ambiente y a los animales”.


16 de mayo de 2022

Por: Arturo Vallejo Toledo


Foto: Antonio López Díaz, “El Jaguar”.


Decía Karl Marx que el capitalismo sentía horror ante la falta de ganancia tal como la naturaleza siente horror ante el vacío. En consecuencia, cuando la demanda de un bien incrementa en el mercado, el sistema capitalista se apresura a proveerlo y a bajar los costos de producción sin importar la calidad del producto o las “externalidades” ocasionadas. Es imposible de concebir, para las empresas, una producción sustentable y que no busque la quimera de un eterno crecimiento económico.


Justamente lo anterior ha pasado con el mercado de la carne. En aras de proveer la insaciable demanda, las empresas utilizan prácticas sumamente crueles para los animales, convirtiéndolos en simples insumos en la producción y generando productos cárnicos llenos de hormonas y químicos. Uno de dichos métodos, que tiene el defecto añadido de causar grandes afectaciones a su medio ambiente, son las macro granjas.


Las macro granjas son fábricas –en el sentido más inhumano de la palabra– donde se hacinan animales y se calcula cuál es el mínimo espacio necesario, alimento y bebida que necesita una cabeza de ganado para crecer y producir carne. De esta forma, se busca la maximización de la ganancia sobre todas las cosas: disminuir costos de producción, elevar la eficacia. En dichas fábricas se ignoran por completo las necesidades sociales de los animales, los cerdos, por ejemplo, son animales sensibles y gregarios.


En el caso de España las macro granjas porcinas han causado gran controversia en la población. No solo requieren grandes cantidades de agua –los cerdos necesitan mantenerse húmedos e hidratados– sino que, además, contaminan el suelo con residuos sólidos y líquidos que terminas filtrándose a la tierra e interfiriendo con los ciclos naturales del mismo.


El mismo problema que sufre España ha comenzado a extenderse a la península de Yucatán, un paradisíaco rincón de la República Mexicana que se asienta sobre suelos calizos y mantos freáticos que se expresan en forma de cenotes. Ahí, las macro granjas porcinas se aprovechan de la falta de controles estatales –y sobre todo de la impunidad– y de la corrupción para actuar con desdén del territorio y del medio ambiente. Utilizan grandes cantidades de agua sin declarar y vierten desechos a la selva, como por ejemplo la orina de miles de cerdos (que contiene purines), misma que se filtra en el suelo sumamente permeable de la península. Lo anterior implica que el ciclo de agua específico del ecosistema se vea alterado y que las reservas de agua potable de los pobladores se encuentren contaminadas.


Dado que gran parte de estas granjas se encuentras en territorios ancestrales de la nación maya, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce a los pobladores originarios la potestad de decidir sobre dichos proyectos en su territorio. No obstante, en un país donde reina la impunidad y las leyes a veces no valen ni la tinta en la que están escritas, decirlo es más fácil que hacerlo cumplir.


En el proceso de decisión sobre las macro granjas porcinas en territorios mayas, los pobladores se han enfrentado a presiones de las empresas, a compras de votos, amenazas de despidos y uso de la violencia y al siempre eterno fantasma del “atraso”. Una y otra vez, desde la conquista española, se les ha repetido que su forma ancestral de vida no es civilizada y que deben aspirar al “verdadero progreso” y al camino recto y lineal de la historia.


Ante este panorama, la auto consulta que se lleva a cabo en Celestún ha estado plagada de dificultades. Los pueblos mayas –como la mayoría de los pobladores originarios– se encuentras desprotegidos ante las fuerzas de la globalización capitalista que busca, como lo predijera Lenin hace más de un siglo, insaciablemente nuevos mercados y nuevos insumos.


Es de reconocer, por lo tanto, la resistencia de gente como Alberto Rodríguez, apodado “El Jaguar” quien busca el respeto a sus formas de vida, a las oportunidades socioeconómicas dentro de las mismas y que rechaza el cuento de que las fábricas siempre traen progreso.

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