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En boca de pocos: los traidores a la patria

Jaime Ortiz

02/junio/2022


El 17 de abril de 2022, los ojos de la noticia nacional se volcaron sobre una de las decisiones más importantes de los últimos años en México, pues en la sesión ordinaria de la Cámara de Diputados se discutió la aprobación de la Reforma Eléctrica propuesta por el gobierno en turno. Dando lugar a la resolución de uno de los temas más debatidos en el año.


La votación se dio después de una acalorada discusión, la cual, más que servirse de dilemas éticos, legales o políticos, se estancó en el fango de la retórica populista. Por un momento, las intervenciones de los diputados se convirtieron en mero pretexto para el vitoreo de las "focas aplaudidoras" y la descalificación del bando contrario con argumentos tan débiles como los de sus propias “defensas”. La reforma pasó a segundo plano y el show se centró en las elecciones del 2024.


Sin embargo, si hiciéramos una lista de las palabras más usadas (y favoritas de los políticos) para desacreditar a sus adversarios, tendremos una lista tan amplia como el limitado vocabulario de muchos de ellos lo permite: "corrupto", "apátrida", "mentiroso", "chachalaca", "ladrón", y quizá la peor de todas —la que más parece calar—, “traidor”. Porque a la patria se le puede masacrar, robar o fallar, pero nunca traicionar.


La palabra “traidor” desfiló entre las muelas de los diputados que se pararon en la tribuna. Sin importar colores, ideologías o indicaciones partidistas, todos los que la nombraron lo hicieron con la convicción de sepultar a los contrincantes con todo el peso de la historia. La imagen colectiva del "traidor nacional" está vinculada directamente con su legitimación en la validación histórica del personaje condenado. No por nada se ha inmortalizado la frase: “La historia se encargará de juzgarlos”. El traidor no desaparece de los libros, sino que cumple con un destino peor: es antagonista en la búsqueda de la mitificación de los héroes nacionales.


Foto: La Jornada


El diputado federal Óscar Zetina, de Tabasco, se postró frente a las curules del recinto de San Lázaro con el pecho inflado y un "Nenuco" con la apariencia del presidente a un lado. Así pues, con mucho orgullo, levantó la voz; en medio de su discurso, mencionó para la oposición lo siguiente: “Benito Juarez García, ese que les causa tanto escozor, el apotegma juarista que no entienden porque es la escencia del pueblo zapoteco y mexicano, dijo que la reacción estaba moralmente derrotada”.


Benito Juárez, el joven indígena que se volvió presidente. Gracias a su magnificencia retratada en estatuas y demás monumentos increíbles, está más cerca de haber nacido de piedra que de carne y hueso. Pero así como hay héroes nacionales, hay “traidores” encasillados como villanos.


Sin embargo, donde la “verdad oficial” se ha quedado corta, la ficción tiene cabida, y por medio de la novela histórica se puede dar voz a los personajes que han antagonizado los mitos nacionales. Tal es el caso de El seductor de la patria, del reconocido escritor mexicano Enrique Serna, quien por medio de la obra le ha dado voz a una de las figuras más polémicas de México: Antonio López de Santa Anna.


Marchitado y deshojado por la vejez que dejó atrás la grandeza de la gloria, Santa Anna es retratado por medio de cartas, notas y demás documentos reunidos, tal y como sugiere que fue su carácter y vida. Por medio de sus páginas, la novela pugna porque se conozcan aquellos pensamientos y detalles no dichos por el general, presidente y aspirante a emperador mexicano. El viaje de un soldado hacia la investidura presidencial y a la posterior locura por el poder resulta fascinante, más aún cuando es adornada por la prosa de Serna que, con humor ácido y una escritura mesuradamente sobria cuando se le requiere, permite empatizar con el protagonista.

Imagen: Librerías Porrúa


Uno de los momentos más importantes de la obra son las constantes valoraciones éticas y contraposicione que clarifican, o por lo menos llevan a la discusión, hechos y dichos arraigados como el reclamo del propio Santa Anna por su imagen de traidor al vender territorio mexicano, aún cuando Melchor Ocampo gestionó algo similar en el Istmo de Tehuantepec por órdenes de Benito Juárez (véase el “Tratado McLane-Ocampo”). Suceso que, quizás, sí causaría verdadero escozor a los que siguen glorificando la figura del "Benemérito de las Américas".


Pero, sin duda, entre las virtudes de la novela, quizá la más grande está en el trato de las palabras, los momentos y los recursos de los que se vale para aligerar el denso contenido de la obra por su vasta información, la cual no tiene nada para desperdiciar. Hay una recopilación muy clara de los aspectos de la personalidad de Santa Anna que logran enmarcar su pensamiento: un líder carismático, con muy altos aires de grandeza, que explota los símbolos de la nueva patria y crea nuevos para nutrir la identidad nacional. Una identidad íntimamente vinculada a la adoración individual del propio presidente, como lo hace ver el claro ejemplo de las estrofas del Himno Nacional, quienes aluden a Santa Anna en la versión original.


La grandeza de sus períodos presidenciales al frente del "México Independiente" no sólo están manchados por ventas de territorio (con sus respectivas justificaciones), sino también de malas decisiones alimentadas por el egocentrismo, el autoritarismo y el medio a la vulnerabilidad. Pero la imagen no estaría completa si no tomamos en cuenta sus aciertos, tanto militares como presidenciales. Santa Anna, como uno de los últimos rostros de la Independencia y teniendo una importancia innegable en los años más convulsos del siglo XIX, resulta una personalidad fundamental para comprender la construcción del Estado mexicano. Ya sea en las paginas de un libro o en las gargantas de la grilla, el "traidor a la patria" es una figura que se legitima a través del juicio de la historia y, sobre todo, por aquellos que la escriben.

Imagen: Norteatro.com


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