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En boca de pocos: la novela tepiteña


Jaime Ortiz

12/mayo/2022


Quizá por la televisión, los periódicos, la radio o los libros, nos hemos topado con las palabras e ideas de uno de los intelectuales más característicos de la Ciudad de México: Armando Ramírez. Uno de los causantes de las reivindicaciones culturales de capital, y en especial, del barrio de Tepito. Ramírez nació un 7 de abril de 1952, y desde joven se destacó como periodista en un ambiente cultural peculiar.


A finales de los 60's, estudiando en la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional, formó parte del movimiento estudiantil de 1968, siendo éste un detonante por su interés en retratar la colectividad social, a través de la urbanidad cotidiana. Camino que lo llevaría a ser parte del periódico Excélsior en el mismo departamento dedicado a la cultura, al que pertenecía Parménides García Saldaña, dirigido por Eduardo Deschamps. Pero, sin duda alguna, el legado más grande que dejó en el mundo de las letras sería a través de su novela Chin Chin El Teporocho, que publicó a sus 20 años.

Esta obra se comercializó como “una novela de Tepito”, generando gran expectativa en los círculos intelectuales que apenas "agarraban la onda" con las otras corrientes literarias mexicanas encabezadas por José Agustín o Gustavo Sainz entre. Pero, ¿de qué Tepito se habla?, si el plan de modernización arrancado a principio de los 70's contemplaba la construcción de mercados y edificios para dejar atrás los puestos de madera y las vecindades. Siendo así, la historia de Chin Chin es más que solo las desventuras picarescas de un chavo de la periferia.

Armando Ramírez, a través de los ojos de una ciudad y con los pies del Chin Chin como testigo, nos hace emprender un viaje de reconocimiento a los adentros de la ciudad capital, la de las levedades y salvajismos. Dividida en dos partes, Chin Chin el Teporocho —publicada por primera vez en 1971— ya dejaba vislumbrar el genio de un joven autor que, para ese momento donde concluyó la novela, tenía 19 años; es pues en esta obra donde se desarrolla uno de los aspectos más importantes y distintivos de Armando, la crónica.

Desde el comienzo queda claro el público al que se dirige la novela, cuestión que es explicada por el escritor en una nota que introduce muy bien al motivo de la narración, es una historia contada por y para el barrio; en especial, para los lectores que están dispuestos a dejar de lado los formalismos de la lengua con tal de adentrarse a lo que verdaderamente importa: el mensaje. Es éste el que se prioriza intencionalmente en todo momento, pues la propia narración oral del teporocho hace que la fluidez del texto se comporte de la misma manera en que está escrito sin reglas y a veces con confusiones gramaticales.


Foto: Local.mx


Es cuando surgen las primeras alarmas en mi cabeza, cayendo en la convención de la oralidad del texto, palabras rimbombantes utilizadas en situaciones o formas que escapan fuera del barrio se cuelan de vez en cuando entre las páginas del libro. Denotando previamente una manera de expresarse del Chin Chin, la cual, en ocasiones, suele ser ignorada para utilizar un sinónimo que poco tiene que ver con las expresiones del barrio.

Sin embargo, cabe destacar el valor narrativo en la crónica del escritor, pues es sin duda alguna el fuerte del libro. Pareciera que el nauseabundo olor del transporte mañanero se desprende de las páginas del ejemplar de papel, así como es posible saborear el despotismo sindicalista o sentir de repente el escalofrío que recorre la nuca proveniente desde la misma pobreza y la miseria. Los gritos del pifias, así como su olor a embriaguez entre las fosas nasales, y el sonido de las botellas chocar tintineando en cada reunión dentro de los talleres mecánicos, en los baños o en una simple esquina con los cuates.

El retrato que deja al desnudo a la ciudad, con lo genitales encogiéndose de frío y los pechos de fuera, pasando después por debajo de la piel hasta llegar a la carne viva, esa que cuando más se ha visto viva, más duele, ese quizá ha sido a través del tiempo el mayor y más valioso mérito y aporte del libro.

Aunque pareciera que el Chin Chin es uno de los grandes testigos de su entorno, aparentemente éste no pertenece al paisaje. Como una pieza del rompecabezas recortada y repintada que, a pesar de haber hecho de todo para no desentonar, es imposible ignorar al elefante en la habitación. No hay una comunión tan fuerte entre personaje, historia o lugar de desarrollo.

Otro aspecto que también saca de la experiencia personalmente es el factor "lector" y el rompimiento de la "cuarta pared", que provoca una confusión al no definir bien qué es lo que pasa realmente con el teporocho y su narración, ¿hay un oyente, un lector o ambos? Éstas partes, aunque breves, si bien hacen esbozar una sonrisa al ponerse un poco en contexto con lo demás narrado a juicio propio, no funcionan.

A pesar de eso, la lectura de Chin Chin el teporocho resultó ser una experiencia muy ilustrativa sobre el barrio de Tepito, sus costumbres y problemáticas sociales. Siendo de igual manera una exquisita presentación de crónicas chilangas con altos grados vitalidad.

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