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En boca de pocos: ¡QUE VIVA MÉXICO, HUEVONES!

20 de abril de 2023


Por: Jaime Ortiz


El cine mexicano crítico siempre se ha caracterizado por señalar las partes más controversiales de la sociedad, entre todas las formas de abordar estas temáticas, pareciera que la sátira es la que más éxito ha tenido en las salas nacionales. Eso queda en evidencia cuando revisamos a las películas nacionales más taquilleras en México, donde Nosotros los Nobles (2013) se encuentra en el segundo lugar con $340 millones de pesos recaudados, mientras que La dictadura perfecta (2014) se mantiene en la octava posición con $188.16 millones de pesos.


Y dentro de las películas dedicadas a la sátira política destaca una saga que se ha mantenido por poco más de 20 años, aquella encabezada por el director Luis Estrada. Esta tetralogía se compone por los siguientes filmes: La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010), La dictadura perfecta (2014) y ¡Que viva México! (2023). Es innegable la influencia y legado cinematográfico que ha construído Estrada con los primeros tres títulos, siendo obras infaltables en la lista de cualquier aficionado al cine o interesado en la política. .


Sin embargo, la última película de la saga, ¡Que viva México! (2023), y aún disponible en cines, no ha tenido la respuesta más favorable entre los críticos y público en general. Desde este punto hay que prestar atención a las reseñas y críticas sobre la cinta, pues hay un riesgo de “confundir la gimnasia con la magnesia” y poner por delante las preferencias partidistas antes que tomar en cuenta el funcionamiento del producto.


La trama


Pancho Reyes, un clasemediero aspiracionista que vive con su linda familia conformada por su esposa y sus hijos, recibe la noticia de que su abuelo ha muerto y que él es uno de sus posibles herederos. Acechado por su pasado, cargando con el peso de abandonar a sus padres, tíos y hermanos, pero también motivado por la curiosidad de la herencia, decide viajar a su viejo pueblo La Prosperidad. Ésto despertará la envidia de sus familiares, unos pobres pueblerinos, quienes intentarán aprovecharse de él y su dinero.


Este argumento nos permite explorar a una serie de personajes que reflejan, en propias palabras de Luis Estrada, un “mosaico de perfiles mexicanos similares a los de una lotería”, donde el mariachi, el valiente, el catrín o el borracho están presentes. La familia de Pancho se encuentra presente en cada uno de los poderes, con claras divisiones, en La Prosperidad, pues representan las instituciones más importantes para el mexicanol: la familia (personificada en Rosendo, su padre), la patria (reflejada en el presidente municipal, quien es su tío Regino) y la iglesia (presente en el tío Ambrosio, el cura del pueblo), todos ellos interpretados por el propio Damian Alcázar.


A pesar de que la trama parte de un argumento que se presta muy bien para ser explotado de forma enriquecedora en la pantalla, hay un recurso que entorpece el desarrollo al punto de hacer tediosa la cinta, los sueños de Pancho. Pues en aproximadamente 5 ocasiones se hace uso de esta herramienta, poniendo en la mesa la mala decisión de que la película dure tres horas, pues hay mucho relleno innecesario, tanto que bien la historia pudo contarse en dos horas tranquilamente y haber sido una experiencia más placentera.


Los personajes estereotípicos parecieran más preocupados por cumplir con acentuar su personalidad antes que de encajar bien en la trama, como el mariachi Hilario (interpretado por Luis Fernando Peña), hermano de Poncho que solamente sirve para la risa tonta con los palomazos que organiza pero no puede pagar, o los múltiples personajes de Joaquín Cosío.


Los diálogos no son picarescos, críticos, poderosos, memorables. Atrás quedaron las grandes frases del Cochiloco en El Infierno o de Fidel López, el jefe de Vargas, en La ley de Herodes, pues entre lo más destacado que profieren los personajes de esta cinta nos encontramos la típica “Ya sabes que lo que me hace feliz es que a tí te vaya mal” y demás obviedades sin jiribilla.


Y qué decir del final, no puedo afirmar que fuera predecible porque no creí que en verdad concluyera de forma tan mediocre. Confieso que cuando se puso la pantalla oscura y se encendieron las luces en la sala no estaba enojado, lo cual me pasa cada que una película no me gustó, sino más bien me sentí aliviado por saber que todo terminó.


El apartado técnico, fuera del lentísimo y decepcionante trabajo de edición, es rescatable. En su ejecución sobresale la fotografía y el diseño de producción, pues en verdad nos sentimos como en un pueblo tan perdido que pareciera anacrónico, atrapado en la posrevolución nacional. No queda a deber la experiencia de Luis Estrada a la hora de coordinar un gran equipo de trabajo frente a una producción tan ambiciosa.


Las actuaciones son muy buenas, convincentes y en algunos casos brillantes, aunque la verdadera fuerza de estas cualidades se refugian en el carisma tanto de los actores como de los personajes. El elenco, además de ser el recurrente en las producciones de Luis Estrada, es de primer nivel con figuras reconocidas a nivel internacional. Resalta el trabajo de Damian Alcazar con su desempeño en los tres personajes que interpreta en la cinta, en una clara referencia a Pedro Infante en Los tres García.


Son estos homenajes a distintas películas, nacionales e internacionales, las que “en el recuento de los daños” me sacaron una ligera sonrisa, ya que además de no ser intrusivos con la trama son elegantemente sutiles. Como la inclusión en un burdel de una Manuela con un vestido muy similar al que usaba Roberto Cobo en El lugar sin límites.


En una de las conferencias mañaneras del Presidente Andrés Manuel López Obrador, se le preguntó su opinión acerca de la película, a lo que contestó que Luis Estrada era un “progresista buena ondita” además de ser clasista y racista. Pero ¿es cierta esta aseveración?. Lo cierto es que no es novedad que en la tetralogía de Luis Estrada el pobre y jodido siempre es el villano que corrompe al inocente protagonista, ya sea en la ignorancia del cándido presidente municipal, en los vagabundos suicidas que chantajean al gobierno o en el infortunio del mojado que regresa a su pueblo y es reclutado por los narcos. En el intento del director por demostrar la esencia del mexicano, se entiende que mientras se está más jodido, se es más ojete. Esta aseveración se consolida en el análisis de una dicotomía de dominación concebida en una corrupción estructural que permea todos los estratos sociales. En las cintas de Estrada los pobres que no abusan, son los que se aprovecharán para chingar al prójimo si se les presenta la oportunidad.


Sin embargo, en la suspicacia que caracteriza a la tetralogía es protagonista una crítica ácida al gobierno en turno, el priismo tranza autoritario, la desigualdad nacional y las políticas neoliberales, la fallida guerra contra el narcotráfico y finalmente el gobierno de la televisión mercenaria. En ¡Que viva México! se explora como crítica central al populismo y el abuso discursivo de la polarización entre “el pueblo bueno” contra “los fifís”, donde las políticas asistencialistas en programas de apoyo se vuelve el instrumento que justifica la pereza de los pobres (pueblo bueno), y los fifís no son más que gente clasemediera que en el fondo quiere sobresalir pero es atacado, dificultando su progreso. Además hay una clara referencia a que este gobierno de la transformación se parece mucho a todos los anteriores, corruptos, criminales e ineficientes.


Sinceramente, considero que ese ejercicio crítico es casi comparable al de pronunciarse en contra del color de de un automóvil que acaba de atropellar a un transeúnte, no es verdaderamente incisiva. Hay alusiones a la reelección del Presidente, que incluso antes de tomar el poder dijo que no la iba a buscar, del chapulineo partidista de varios políticos, de la privatización minera y hasta de la fallida eliminación de la corrupción. Pero a mi parecer quedaron fuera temas tan importantes como el culiacanazo, las displicencias con los colectivos feministas en manifestaciones, la creación de la guardia nacional y su transición a la militarización o la definición diaria de la agenda pública en la conferencia mañanera.


Sin duda asistir a la sala de cine fue una decepción, sensación que anticipaba desde los primeros treinta minutos, cuando una mujer trans se baja los pantalones y se pedorrea frente a toda su familia, así de desconcertante y de mal gusto como parece. Es una crítica descafeinada en una película que pareciera partir de un argumento que pareciera no incluir a la cuarta transformación en su guión desde un principio pero que se incluyó de manera forzada. Aún así sugiero ver la película, a pesar de que estar muy lejos de las joyas que son La ley de Herodes (1999) y El infierno (2010). A pesar de este tropiezo de un gran director, estaré atento de su trabajo.


Nota al lector:


Se cumplen 50 entregas de En boca de pocos en poco más de dos años de mi estancia en Contraapunte. Quiero agradecerte por todo lector, por tus comentarios, compartidas y lecturas de cada una de las columnas, pues eso me da el impulso para seguir con la sección, teniendo la satisfacción de poner mi grano de arena en la construcción de la discusión y la formación del criterio propio. Gracias por todo.


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