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En boca de pocos, el gran ciudadano

Jaime Ortiz

21/abril/2022

Imagen: Jaime Ortiz


El niño de Kenosha


Pocas veces una figura tan importante en el mundo de la comunicación ha resaltado tanto en los distintos ámbitos donde se desempeñó como lo es el caso de Orson Welles. “El Niño Prodigio de Kenosha”, el cual conquistaría el mundo de la comunicación no solo con autoridad en la correcta ejecución de los recursos disciplinarios de los que se valiera, sino también en la creatividad e innovación disruptiva que dejaría como herencia a los próximos realizadores. Por ello, la vigencia de su obra sigue presente en la boca de los espectadores.

El seis de mayo de 1915, el mundo, reducido a Kenosha, Wisconsin, presenciaría el nacimiento de un chico que estaba destinado a ser estrella. Hijo de Beatrice Ives, una madre pianista y fuerte crítica del gobierno, y Richard Welles, un padre inventor que gozaba de una buena fortuna, heredaría la creatividad que llevaba a bajar las ideas al terreno material, sin descuidar el arte, la naturaleza sublime de las mismas. Ésta manera de interpretar su alrededor se vio reflejado ya a temprana edad, cuando a sus escasos diez años ya promovía actividades teatrales en el colegio.

La separación de los padres del pequeño lo llevó a adentrarse en círculos intelectuales multidisciplinarios al haberse quedado con su madre hasta su muerte. El joven Welles se dedicaría a la pintura (con predilección por las artes plásticas), pero, más tarde, haría del teatro algo serio en su vida; afición que se convertiría en obsesión, para después conducirlo a la locución. Aún con la separación por una muerte repentina de su madre, Richard Welles acogería a su hijo. De la mano de Maurice Bernstein, se enfocaría el talento del niño prodigio hacia la explotación de sus capacidades al máximo.

La carrera de esta gran figura detrás de los micrófonos comenzó, como la mayoría de actividades, en sus primeros años de vida. Ya conocida es la anécdota del problema nacional que originó solamente con su voz al leer un fragmento actuado del clásico de H. G. Wells, La guerra de los mundos. La solidez de su voz, acompañada de la credibilidad de su actuación, haría de aquella tarde de 1938 en la radio una de las más representativas del pánico mediático en la historia de Estados Unidos, donde se pondría a prueba la capacidad performativa del joven Orson.

Aquella proeza lo llevaría a ser reclutado en las filas de la productora hollywoodense RKO, tan solo un año después. Todo esto a sabiendas de que los genes críticos y provocadores le corrían por la sangre. Es pues, frente a una libertad creativa casi tan amplia como la ambición artística del propio hombre, que se le dio una oportunidad de hacer una película totalmente a su gusto. Una decisión que, desde su propio planteamiento, ya se vislumbraba que tendría un desenlace polémico.


Foto: ABC.es


Del prodigio al ciudadano

Qué más podría explorar Welles que no sea un tema que incomode a más de uno o, aún peor, a quién no debería; aquel que tiene el poder de matar un proyecto que aún no ha nacido. Así es como la cruzada contra William Randolph Hearst comenzaría con un arsenal cinematográfico comandado por un nuevo "hombre orquesta", que había dirigido, producido, protagonizado y “escrito” una película que pasaría a la historia como "Ciudadano Kane".

La aparición de Orson Welles en la pantalla grande supondría frescura añorada en el cine estadounidense. El proceso lleno de adversidades comenzó con la elección de sus colaboradores, impregnados de la misticismo que aún lleva consigo la autoría de la obra. La colaboración con Herman Mankiewicz para el guión fue uno de los episodios más interesantes y controversiales de la realización, ya que la inclusión y coautoría del guionista podrían dejar una gran pista acerca del porqué del ataque directo a Hearst.

La figura casi mitológica de Welles le debe mucho a las leyendas que alberga su ópera prima. Pues resulta, a primera instancia, que su primer acercamiento cinematográfico se convirtiera en una de las mejores películas de la historia. De ello ha corrido mucha tinta, tanto es así que Andre Bazin, crítico francés reconocido, habría desmitificado a "El ciudadano Kane" como el primer intento de Orson en el séptimo arte, ya que los verdaderos primeros esfuerzos de este genio son encontrados en 1934. Se trata de un metraje llamado "The hearts of age", donde la influencia del cine europeo estaba presente.

Es precisamente el cine europeo lo que le daría aquel toque característico al estilo visual en su cinta cumbre, pues la interrelación de distintas características de vanguardia lo harían diferenciarse de la industria estadounidense. La estética le debe mucho a la utilización de la cámara mostrada por D. W. Griffith, Jean Renoir, Sergei Eisenstein o Carl Dreyer. Para entenderlo, hay que diseccionar algunos aspectos fundamentales en su realización.


La utilización de la profundidad de campo es similar a la que le da Jean Renoir. El posicionamiento de los personajes en momentos decisivos o definitorios en su desarrollo, bajo el mando de una figura de poder, se replica en las escenas en que Kane se encuentra en el fondo , y la plática, ya sea de los adultos hablando sobre el destino del niño que juega en la nieve o de los colaboradores del gran periodista, refieren al personaje de Kean como el objetivo central no solo de la toma, sino de la secuencia.

El manejo de la iluminación remite a la importancia que tenía en ese aspecto de la producción el gran director danés Carl Dreyer, que denotaba el carácter personalista de los close ups; aún más interesante, el oscurecimiento del entorno para enfatizar los espacios, lo asfixiantes de éstos y sus ambientes lúgubres. Por ello no es casualidad ver el cambio de iluminación conforme al crecimiento y desarrollo, caída y corrupción, de Kane, donde el ocaso de la vida lo va alcanzando poco a poco. Las tomas joviales, que gozan de una coreografía impresionante en las tomas continuas, se desplazan para dejar el lugar a una escenografía hundida en las penumbras.

De D. W. Griffith, es evidente que Welles rescata los elementos de los grandes planos abiertos, impulsados por las multitudes en los mítines políticos de Kane o la grandeza de Xanadú. Todo ello, retratado con recurrentes contrapicados que podrían recordarnos la sensación de estar en un teatro y ver a los actores con su poder performativo desde las butacas. La coordinación de las masas o el diseño de producción con innumerables elementos es una herencia obvia del director pionero.

Desde el planteamiento teórico de la película ya es observable el amplio acervo cultural que albergaba la mente de Welles, no siendo un improvisado en la producción, sino un ejecutor primerizo de una serie de recursos bien estudiados, los cuales solo les faltaba ponerlos en marcha de la mejor manera, por lo que tendría que rodearse de los mejores colaboradores de la época.

Imagen: eCartelera


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